Opinión: Historias de pianos y afines

Por Gillespi 

Gillespi nos explica por qué están locos los trompetistas
Gillespi nos explica por qué están locos los trompetistas

Hubo un instrumento que siempre me maravilló y es el piano. Algo así como el extraterrestre de todos los instrumentos. Metido dentro de su mueble de madera y con su larguísimo teclado, que es como una calle donde los dedos deambulan de aquí para allá. Sus posibilidades son infinitas, desde el ritmo, las melodías más imposibles y las armonizaciones más complejas, todo en el mismo instrumento. Como se suele decir, el piano es una orquesta.

Entre mis asignaturas pendientes, la más importante es la de tocar correctamente el piano. Lo he intentado por momentos y es un viaje fascinante. A diferencia de estudiar trompeta, donde la mayoría de las prácticas son ejercicios para mantener los labios flexibles y la respiración adecuada, en el piano todo suena a música.

El piano, el clavicordio, el harpiscordio, el órgano de tubos de las iglesias, el armonio, el acordeón a piano, la melódica son parientes cercanos de una gran familia.

Con la aparición de los teclados electrónicos, el concepto de instrumento-orquesta se hizo realidad. Estos nuevos aparatos imitaban a los violines, cellos, trompetas tenían ritmos de batería.

En la década del sesenta, los órganos hogareños empezaron a reemplazar a los pianos familiares, con sonidos electrónicos y la posibilidad de tocar de forma sencilla y hasta con acompañamiento automático. Los norteamericanos se volcaron masivamente a comprar estos modernos aparatos llenos de botones de colores y ensamblados en un mueble de madera lustrada.

En Argentina, el empresario Felipe Rozenmuter, representante de la firma de instrumentos Yamaha y dueño de los locales de Promúsica, fue el gran visionario al importar los órganos Baldwin Fun Machine, de los cuales vendió alrededor de 100 mil unidades (leyeron bien). Algún tiempo después, los japoneses de Yamaha inventarían una serie de órganos con las mismas posibilidades, aunque mas económicos. Las tiendas de música ya no tenían stock y empezaron a vender con lista de espera. La gente hacía cola para señar estos instrumentos y esperar pacientemente un mes la llegada al país de estas maravillas electrónicas.

En Monte Grande, una familia amiga tenía uno de esos órganos y yo solía sentarme ahí a mis 10 ó 12 años y tocaba todos los botones para hacer música. Me fascinaba la idea de la caja de ritmos donde cada botón representaba un estilo: rock, jazz, bossa nova, waltz, etc Lo cierto es que pasada la euforia inicial de hacer un poco de barullo apretando botones, este instrumento ameritaba horas de estudio y dedicación. Había que empezar a memorizar canciones y posiciones de las manos. La música no se hacía sola.

Así fue como la mayoría de estos órganos durmieron por largos períodos en rincones de livings o contra la pared de un galpón llenándose de pelusa. Hasta que un buen día algún nieto curioso intentaba prender el viejo y polvoriento aparato para divertirse un rato y volver a confinarlo a su destino de abandono.

En mi adolescencia me obsesioné con estos aparatos, que eran carísimos. Eran tiempos donde no había computadoras, ni playstation, ni televisión color y quizás tener un órgano electrónico era una forma alternativa de entretenimiento y dicho sea de paso, de estatus.

En los ‘80 se aplicó la tecnología digital a la música y aparecieron teclados cuyos sonidos eran tan reales que resultaba increíble ver que salieran de ese aparato. Recuerdo que solía entrar al local de Promúsica en la calle Florida. “Estoy mirando” decía rápidamente cuando se me acercaba algún vendedor. Así iba caminando por el enorme local entre teclados en venta. A veces, alguno de los vendedores tocaba algún teclado a modo de demostración. Recuerdo, en una oportunidad, escuchar un coro de voces humanas, eran cientos de voces afinadas, interpretando un aria de música clásica. Parecía una grabación, aunque mi sorpresa fue confirmar que todo ese coro salía de un nuevo aparato llamado sampler y permitía ejecutar instrumentos reales grabados dentro del aparato. Una vez más y como siempre, el piano es una orquesta.