La laguna mendocina atravesada por una leyenda de amor

Cristina Bajo retoma la leyenda Huarpe-Milcayac, aquella que cuenta la historia de la enamorada de piedra y su amado quien descansa en el fondo del agua.

Cristina Bajo (123RF)
Cristina Bajo (123RF)

En algún lugar de la provincia de Mendoza, al norte del río Diamante y en lo alto de sus cumbres, hay una hermosa laguna de aguas muy oscuras. En tiempos que se cuentan por milenios, aquel monte fue un volcán hasta que, agotada su furia y su fuego, comenzó a llenarse con aguas de deshielo, de pequeñas vertientes y de lluvia generosa hasta convertirse en un espejo donde se miraba el cielo.

Dicen que de aquella cisterna natural se desprende un hilo de agua que, desde las alturas, termina por unirse al río Salado. Y como todo hermoso paisaje, este sitio también tiene su leyenda... Y donde hay una leyenda, suele haber una historia de amor.

La joven del cuento se llamaba Elchá; era hermosa y fue entregada por su padre, como prenda de paz, al viejo cacique Calilué: el vencido y el vencedor pertenecían al mismo pueblo, pero estaban en guerra.

La muchacha, aunque lamentando su destino, lo aceptó por el bien de su tribu: con esta unión se esperaba el fin del enfrentamiento. Pero a poco de vivir en la nueva aldea, se presentó a darle la bienvenida Cantipán, hijo adoptivo de Calilué, y de solo cruzar una mirada, ambos jóvenes se enamoraron sin remedio.

Por respeto a quien lo criara, el muchacho decidió dejar la aldea, pero Elchá le pidió que la llevara con él, lejos de la tribu de los Huarpes-Milcayac.

Cuando Calilué descubrió su deshonra, buscó a su hermana, la cacica Ghulcán, quien estaba secretamente enamorada del joven y ella, despechada, buscó una bruja que los encontrara.

Quetrupillán, guiada por los genios del aire, dio con los enamorados en aquella laguna rodeada de grutas, donde ellos se habían refugiado. Llena de celos, Ghulcán le pidió a la maga que la convirtiera en lechuza y tomando en sus garras unos lirios "engualichados", revoloteó sobre ellos, despertando la risa de la joven que, cuando vio caer el ramo, pensó que les traería suerte y tomándolo en el aire, lo acercó a su pecho. Pero al mirarse sobre el espejo de agua, quedó convertida en piedra.

Cantipán, sorprendido primero, desesperado después, abrazó la imagen de piedra, tratando de volverla a la vida y al ver que era inútil, se arrojó a las heladas aguas del volcán.

La cacica Ghulcán, quien había recobrado su verdadera forma, se arrojó al agua, intentado salvar al amado mientras la bruja se apresuraba a preparar un ungüento mágico para revivir al ahogado, a quien devolvió la vida.

Pero Cantipán corrió a abrazar a la estatua de piedra mientras Ghulcán, muerta de celos, le recordó su traición a Calilué... Y para que Cantipán la perdonase, le echó la culpa a la hechicera.

La vieja, temiendo la venganza del joven, recogió el ramo de lirios y se arrojó a las aguas, donde termina en el fondo, convertida en un pez- terminó también convertido en roca.

Quedaron en la orilla las dos mujeres que lo amaban: una convertida sapo. Cantipán, queriendo quitarle las flores mágicas para despertar a su amada, se arrojó a la laguna pero, al tocarlas, en piedra, la otra, maldecida con la vida eterna, que dedicaría a buscar en el fondo de las aguas el cuerpo de su amado.

En las noches de Luna llena se escucha el llanto de los enamorados: uno vuelto ánima, la otra vuelta piedra. Y sobre ellos, una lechuza que ronda el lugar con su triste grito, todos presos de un amor que trasciende la muerte.

Sugerencias

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