Opinión. A dos diciembre de distancia

Además de la crisis económica y política que atraviesa la Argentina, se le suma un escenario mundial complejo de cara a 2023.

Contexto complejo le espera a la Argentina en 2023.
Contexto complejo le espera a la Argentina en 2023.

La elección de medio término en Estados Unidos terminó de configurar la escena global que tendrá Argentina el año que viene para su renovación presidencial. Esa pieza clave faltaba para completar un tablero en el que poco antes habían movido China y Brasil, y se complementa con las últimas novedades de la guerra en Europa.

Estados Unidos quedó partido en mitades exactas. El nuevo Congreso tiene equilibrios milimétricos. La grilla de partida para la elección de un nuevo presidente está completamente abierta. El presidente Joe Biden ha dejado una certeza electoral y un servicio democrático: su edad anciana torna imposible una reelección; pero consiguió complicar la ola de regreso profetizada por Donald Trump.

Si se compara este dato con la crisis de los conservadores en Gran Bretaña, por primera vez se advierten síntomas extendidos de reflujo del proceso iniciado en 2016. Ese fue el año en que el Brexit inglés y el ascenso de Trump inauguraron el último gran viraje del conservadurismo occidental: su mutación populista. El derrumbe de Boris Johnson y el freno a las aspiraciones de Trump parecen confirmar síntomas de agotamiento de ese prospecto nostálgico: un conservadurismo agotado, que en lugar de prometer un mañana mejor -como en los tiempos de Reagan y Thatcher- eligió proponer el ayer de vuelta.

Por el momento, el dato objetivo es sólo la partición polarizada del electorado norteamericano. Todos piensan allí que hay una mitad totalmente equivocada.

Reflujos y simetrías

Lula Da Silva debe haber reflexionado que esa arquitectura de mitades simétricas debe ser un sino de época. Brasil quedó igual. El regreso de Lula está minado por cepos: en el Parlamento, en las gobernaciones, sobre todo en los votos. Es probable que el sistema de partidos haya respirado aliviado con su triunfo, pero hasta allí el suspiro. Jair Bolsonaro ha consolidado la otra mitad. El sendero para Lula será estrecho y forzado a buscar el centro. Bastó que se descuidara con una declaración de laxitud fiscal para que el dólar y la bolsa se lo recordaran de nuevo.

Dos novedades irradia esa situación. Más allá de lo retórico, el gigante de América Latina no vendrá a coronar un giro a la izquierda y su liderazgo para conducir virajes geopolíticos ha quedado desde el origen ceñido a sus tensiones internas. Dentro de esas limitaciones se jugarán los intentos de buscar un acuerdo comercial consistente con Europa o el tanteo de consensos para una moneda regional única.

Los austrias menores que esperaban a Lula (Gustavo Petro, Gabriel Boric, Cristina Kirchner) tendrán un socio de atención restringida. Lula deberá explicarles que no ganó por su pasado de progresista sino por su presente de opositor. Una noticia frustrante para el oficialismo argentino.

La elección brasileña (como el plebiscito chileno que volteó el panfleto woke propuesto como constitución) comenzó a dar señales de otro reflujo: el populismo de izquierda también se ha convertido en una narrativa nostálgica. Su única promesa, apenas verosímil, es la de equilibrar la escena hacia el centro. Al igual que el conservadurismo del norte, fue convirtiéndose de política en creencia. Como dice la pragmática inglesa, disfunciona algo ajeno a la política ahí: “No se puede llegar de A a B, sólo anunciando que uno es B”.

Hay dos factores adicionales. Uno es el fracaso de Putin en Ucrania. Una guerra que Moscú había planificado para un par de semanas, con toma y reemplazo del gobierno en Kiev, y en la que acaba de resignar uno de los territorios donde fraguó un plebiscito de anexión. La Rusia de Putin ya no es una opción geopolítica, ni para el desconcierto de la Cancillería argentina.

El segundo factor es China, que aprobó la reelección prohibida de Xi Jinping, que habla con mayor cautela de su inserción pacífica en la globalización, y que -forzada por un ritmo menor de su economía- dice predisponerse para una diplomacia más agresiva.

Estamos solos

Este contexto complejo le espera a la Argentina en 2023. La angustia diaria por el drenaje de reservas empalidece cuando se mira el cronograma de vencimientos de deuda a futuro. El nuevo mundo hostil sólo preanuncia el recrudecimiento de presiones geopolíticas y la inexistencia de fuentes sustantivas de financiamiento.

A diferencia de 2015 y del año y medio de tolerancia pandémica, Argentina deberá ajustar primero y presentarse después. Con una economía exhausta por una recesión extendida y de nuevo adicta al gasto financiado con emisión. Pero su sistema político todavía no ha despejado del todo una variable central: si mantiene el régimen electoral para encauzar las opciones competitivas o si lo destroza para fragmentarlas.

Esa incertidumbre tiene causa: Cristina Kirchner llegará a los 20 años de su cansado proyecto político ofreciendo sólo nostalgia. Le aguarda un destino de condenas judiciales y una economía que complica su intento por disfrazar su oficialismo parasitario en protesta impostada de oposición. Su voz grita desesperada en algún acto militante. Se ahoga de inmediato, hasta hundirse en silencio, con el índice de inflación.

Su socio Sergio Massa, ha reducido su gestión como ministro a la fruslería de dejar tarjetas de presentación en Washington para que recuerden su nombre, si acaso subsiste, en 2027. Sin plan y sin equipo, sólo repite la inercia de cepos y controles que lo precedió.

Para complicar se anota, pasajero en tránsito, Alberto Fernández.